@panrean
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Un día quise rezarle a Dios,
pero mis rezos no los oyó,
grité, blasfemé, lloré,
pero nada de eso le inmutó,
estaba de espaldas y me ignoró.
Un día quise hablar con el Hombre,
pero el Hombre estaba ocupado
en guerras, en religión,
en odios, en envidias,
en desahucios, en n opresión,
en bolsas de valores,
en insidias, en agresiones,
en joder siempre al prójimo...
y pensé con amargura:
el Hombre es como Dios.
Un día volqué la mirada
en nuestra madre Tierra
y ella sí me escuchó,
oyó mis cuitas, mi decepción,
secó mi llanto, me acarició,
y entre sus brazos me consoló.
Cuando ya me vio calmado,
a través de los árboles,
de los mares, de los ríos,
de las montañas y lagos,
del viento que levantó
me susurró al oído:
cuídame, querido mío
porque yo sí soy tu Dios.
Roberto Diez (2020).
Señor,
hoy me presento ante ti
con las manos vacías:
sin riquezas, sin dólares,
sin mando, sin dictadura,
sin trabajo ni oposiciones.
Quise llenarlas de justicia,
pero, Señor,
no me dejaron;
quise llenarlas de igualdad,
pero, Señor,
me las vaciaron;
quise llenarlas de libertad,
pero, Señor,
me las encadenaron.
Por eso, Señor,
me presento ante ti
con ellas vacías
de cosas terrenas;
pero están llenas
de golpes y de luchas,
de voluntad, de sangre,
de huellas dactilares,
de cadenas...
No me juzgues las manos
que están hinchadas,
que están sangrando,
porqué ya no son manos, Señor,
es una masa informe
de carne machacada,
de nervios deshilados;
porque estas manos, Señor,
son producto de los "palos".
Roberto Diez (1978).
Otra hecha en la mili ....
La lenta monotonía
de la nieve
va cubriendo el suelo.
Un copo
sobre otro copo;
esa es su historia.
Su silencio,
inocencia blanca,
va amortajando
la quietud de Viella.
Nieva,
lentamente nieva
formando una capa
de enquistamiento.
Metamorfosis
del valle
en primavera
cambia a la tierra,
transforma al hombre,
muda al soldado.
Hace frío,
lo achaca el cuerpo
y el silencio del valle
se lo ha tragado el tiempo,
tiempo que corre
pero a la vez
permanece muerto.
Roberto Diez (1977).
Este poema fue escrito en Viella mientras hacía el servicio militar y una guardia donde me pelé de frío, era invierno...
El ruido del agua,
siempre el ruido del agua
que penetra por la boca
y no para ni descansa.
La sombra del árbol,
siempre esa fresca sombra
que nos cubre por el día
y por la tarde se esfuma.
Quizá sea así la vida,
siempre la misma vida
pero con distintas almas
y distintas circunstancias.
Nuestra vida va con el río
y nuestros problemas
van asociados al árbol;
siempre la misma corriente,
siempre iguales raíces
pero con distinta agua
y diferentes ramas.
Sembraron así la vida,
nos dieron así las almas.
Alma y vida,
rama y agua.
Roberto Diez (1977).
Continuación.....
Fue entonces cuando Lisandro oyó aquella voz, aquel susurro:
-Humano, paisanín, es hora de que salgas hacia el bosque todo lo de prisa que puedas y espérame allí, yo voy a entretener y engañar al Ojáncanu para que no te alcance ¡Vete ya!
"¡Una piedra, una piedra le había hablado!"- Lisandro alucinada; sin embargo no se esperó para comprobar si estaba soñando o qué, salió raudo hacia la espesura del bosque como si no hubiera un mañana. A su espalda quedaban los quejumbrosos y graves gruñidos del gigante que comprobaba con disgusto cómo se le escapaba la "comida ".
Por su parte la Anjana dejó su figura de piedra para recuperar su "original" forma mientras le decía al cíclope:
-¡Deja al humano, es muy joven! Tienes aquí mismo para saciar tu apetito unos cuantos acebos para comerte sus hojas.
-No es lo mismo unas hojas verdes e insípidas que una carne joven llena de vitaminas -se quejo el Ojáncanu-. Aparta de mi camino, no tienes ningún derecho a interferir.
Pero la Anjana cambió de forma transformándose en un gigantesco acebo.
-Aquí tienes hojas de acebo bien grandes para que te alimentes hasta hartarte- le dijo el hada.
-Te digo que no quiero hojas, quiero carne fresca -protestó el Ojáncanu- ¡Déjame pasar!- le exigió a la Anjana.
Ésta perdía poco a poco la paciencia, para retrasar la persecución del gigante, tomó la forma de una hermosa encina.
-¿Y unas bellotas? ¿No te apetecen unas cuantas bellotas?- le ofreció.
El cíclope dio un enorme manotazo en el tronco del árbol y ahora bramó:
-¡¡No quiero bellotas!! ¡¡He dicho que me apetece mucho más carne fresca!!
La Anjana volvió a tomar su forma original de hada y, enfadada, le dijo muy seria al Ojáncanu:
-¡Muy bien! Sigue con tu cabezonería, pero te advierto, como entres en el bosque te enviaré un ejército de lechuzas.
-¿Un ejército? ¿Y de esos asquerosos bichos?
-Bueno, al menos veinte de ellas- le aseguró el hada.
Esta rotundidad frenó en seco al Ojáncanu que, pesaroso, le dijo a la Anjana:
-No me gusta nada que se me haya escapado la comida.
Lisandro había huido hacia el bosque con la velocidad de un podenco; pero, una vez allí, en medio de aquel bosque de hayedos salpicado por unos cuantos robles y encinas, no supo qué hacer. Se sentó abatido al pie de un recio roble, justo a su lado vio cuatro hermosas setas ¡Claro! Se dedicaría a recoger setas, también había ido para eso. Y estuvo recogiendo setas y hongos por espacio de más de dos horas. El cuévano lo tenía lleno, debajo, las setas y hongos; encima, los berros y acederas, por el peso.
Continuará.....
Roberto Diez (2017).