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Azel Highwind

@azelhighwind

Mi pasión es la escritura creativa. Hablaré de técnica literaria, de gatos y de videojuegos. Además de: Rigging y 3D.
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Imox Tzipakli el Serpiente, lugarteniente de la bruja Ashkata y líder de la cofradía de piratas "La mano embrujada"

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Ashkata Tzin, la última bruja de un reino olvidado

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Kara, ilusionista y bailarina

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Post image : Encontremos la inspiración para escribir una historia memorable

Encontremos la inspiración para escribir una historia memorable

En el capítulo anterior vimos la importancia de centrar la Idea que quieres expresar en tu obra literaria, junto con una temática encauzada, formando un eje perfectamente definido.
Y ahora, con los cimientos preparados para nuestros castillos, vamos a ver cómo empezar a construir nuestra Idea.
El germen para nuestra Idea puede surgir básicamente de cinco maneras diferentes:
1: Basándonos en otras obras (de autores y autoras que admiramos; de la propia Historia o la Historia Antigua; y de Mitos y Leyendas). Y hay dos variantes:
Por un lado, podemos recurrir al argumento y a la Idea de la otra obra. Valernos sólo de la esencia, de su germen o de algunos puntos básicos, y crear con esa base una obra propia.
Y, por el otro lado, también podemos recurrir al plagio creativo (no a plagiar la obra), sino a imitar su estilo y versionar toda o sólo una parte de esa obra con nuestra mirada. Esto quizá no nos dará como resultado algo demasiado original ni propio, pero sí que será un ejercicio enriquecedor que nos ayudará a encontrarnos a nosotros mismos en el camino, y formar nuestra propia voz, algo vital que trataremos más adelante.
Sea como sea, la intención es basarnos en una obra ya construida y variarla en base a nuestros gustos, conocimientos o temáticas que nos llamen la atención, para luego transformarla en una obra propia girando la tortilla a la original.
2: Buscándola en la realidad (la transfiguración de la realidad).
Podemos buscar noticias, sucesos, leyendas urbanas, “cosas que se dicen por ahí”, experiencias propias, investigar sobre una temática que te ha llamado la atención… Aquí el objetivo es nutrirnos de lo que sucede en el mundo, desgranarlo y volver a construir algo transfigurado, transformado y variado en base a la realidad.
Por ejemplo, si nos basamos en una noticia del atraco de un banco por parte de tres personas encapuchadas, añadamos una cuarta que les espera en un coche para huir. Transfiguremos uno de los personajes haciéndolo cojo (qué juego nos dará para crear tensión en la huida), transfiguremos a uno de los policías (¿era veterano y llevaba una escopeta? Pues hagamos que sea un aprendiz y sujete la pistola con poca convicción). Transfiguremos también el día, y que ya sea de noche. Pongamos un helicóptero y una reportera demasiado atrevida… ya tienes un cóctel propio en base a un suceso real y detallado.
También podemos encontrar la inspiración y el germen que florecerá en nuestra mente, en una fotografía, un dibujo o una canción… las posibilidades te rodean.
3: Simplemente nos llega con un estímulo espontáneo.
Esta también viene de la realidad, pero no la buscamos, sino que ella te encuentra a ti. Te llega en un momento fugaz y tú la captas gracias a tu oído y a tu visión entrenadas, porque dentro de nosotros tenemos un niño o una niña que, donde otros ven una terraza y una mesa de ping-pong, nosotros vemos una barcaza en el océano. Sólo nos queda coger el remo y remar.
Al ser un momento fugaz, que puede venirte en medio de las horas ajetreadas de tu día a día y perderse de nuevo entre el alboroto, muchos escritores y escritoras profesionales recomiendan llevar siempre encima una pequeña libreta y estar atentos, apuntar las frases, las ideas, incluso breves secuencias o párrafos de lo que te ha inspirado.
Cuando Kenzaburo Oé recibió el Premio Nobel de Literatura dijo que ya hacía años que no tenía ideas originales, que se le habían terminado, pero que, por suerte, había guardado sus libretas y los papeles donde apuntaba todo lo que le venía a la cabeza cuando su imaginación era más fértil. Y a esa suerte de baúl de las ideas, recurría siempre para empezar a escribir.
4: Sintonizándola con la imaginación en nuestra mente.
Y la manera más poderosa. La imaginación es esencial para un escritor o escritora. En base a toda nuestra experiencia y a nuestra creatividad innata, podemos inventar mundos enteros en nuestra cabeza. Rebobinar, avanzar, grabar un frame… Todo es posible.
Además, cualquier obra, sea basada en la realidad o no, necesita nutrirse de nuestra imaginación. Sólo con los datos que hemos extraído de la realidad y sin imaginación, no la podremos construir. Porque, sobre todo, necesitamos tener imaginación para poder adentrarnos dentro de esas escenas, como si fuésemos, cámara en mano, a grabar una película sobre el terreno.
5: Con retos técnicos.
Esta es la forma más interesante para todo escritor y escritora. No sólo es un método para encontrar el germen de las Ideas, sino también para construirlas hasta su finalización. Es un método global, completo y que te estructura todo el trayecto de tu obra. No obstante, también es un método que hay que conocer mucho más avanzado el camino. En nuestros pasos iniciales, es demasiado complejo. Por eso, ya nos introduciremos en él más adelante.
Bien, contempladas ya todas las maneras de encontrar el germen de nuestra Idea, debemos entender que es fácil que se nos acumulen y no sepamos cual escoger. Ahí entra también el consejo de Kenzaburo Oé de guardarlas todas. Aunque tengamos una Idea que, al principio, no la veamos viable o creamos que no tiene potencial, guardémosla, porque con el tiempo la Idea puede madurar, con el tiempo la veremos en perspectiva con otros ojos y, quizá entonces, veremos su potencial y nos lanzaremos a la aventura.
Con todo nuestro equipaje preparado, un mapa, una brújula, un bastón, si queréis; unos prismáticos, una lupa y nuestra querida libreta, ya podemos empezar a escribir y hacer florecer las primeras semillas que hayamos recogido.
En el próximo post veremos, con nuestra Idea ya planificada en una Historia, cómo encontrar el inicio detonante que dibuje toda la trama sobre el lienzo en blanco.
Hasta entonces, ¡nos seguimos leyendo en los comentarios y en vuestros posts!

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Post image : Ella, los sinnombre, un vecindario ejemplar y pan seco.

Ella, los sinnombre, un vecindario ejemplar y pan seco.

Al principio, los vecinos sólo se reían de ella y la criticaban en su cara, sin pudor, pues sabían que estaba casi sorda. Luego llegaron a acosarla, a gritarle y a tratarla de loca. A ella le daba igual, pues estaba perdida en su mundo, ya no estaba en contacto con la realidad.
Vivía rodeada de basura y de gatos sin nombre, que apenas veían la luz del sol.
Desdichados por haber nacido en esa casa, sólo para enfermar y morir en silencio, compartían el abandono que también estaba sepultando a la mujer, por parte de la sociedad, por parte del gobierno, por parte de las personas de servicios sociales que sólo sabían excusarse.
La mujer vivía en una casa del casco antiguo, donde aún se ven restos de la muralla que se levantó en la Alta Edad Media para proteger la aldea entonces regentada por los monjes benedictinos.
Entre esas rocas, colmados sus poros de historia y de tiempo mudo e invisible, iba a dejar su huella en forma de una historia que incomoda a la mayoría.
Fue en agosto de este pasado año.
Yo era un hombre estresado por las deudas y los problemas. Mi madre, una de las locas de los gatos del pueblo. Y esa mujer, cargando Síndromes de Diógenes y de Noé, entre otros trastornos, delirios y colecciones, otra loca estigmatizada por el mismo pueblo.
Vivía en la más absoluta suciedad y abandono, en una casa infestada de pulgas y con gatos enfermos que suplicaban por comida. Ella, en su delirio, les tiraba pan seco.
Todo estalló un día en el que se desprendió por las escaleras, atiborradas de latas de comida reseca, excrementos y tiestos con flores muertas.
Cuando los servicios de emergencia entraron para llevarla al hospital; entre sus gritos impulsados por la sordera y la locura, la peste que emanaba como un fujo líquido y las heridas infectadas que se percibían en su cuerpo; los técnicos sanitarios no pudieron evitar rascarse todo el cuerpo en un nerviosismo infeccioso.
Pulgas, insectos, excrementos, cortinas de telas de araña…
Cerraron la casa y se la llevaron. Los gatos, abandonados a su suerte. Nadie quería saber nada.
Hasta que avisaron a la Protectora de animales y a mi madre. Un día que fui a verla a su casa escuché una discusión y me enteré de lo sucedido. No iba a permitir que mi madre tuviera que afrontar eso, aunque tampoco me hubiese imaginado jamás lo que me iba a caer encima.
Cuando entré, para socorrer a los gatos, simplemente contemplé un infierno.
No entraré en demasiados detalles, pues no son del apetito de nadie, y esa experiencia, que ha marcado mi vida, me la guardaré para mí.
Nadie quería entrar para ayudarme, ni tan siquiera la brigada del ayuntamiento, quienes vinieron a poner un candado y, con los rostros angustiados, tapándose nariz y boca, me dijeron:
—Si tanto te gustan los gatos… Ya te apañarás. ¡Je!
—Ahí no entro yo ni loco —me dijo otro, miró hacia la bajada de la calle, que se hundía como un pozo, y se fue con los demás.
Los primeros días limpié la entrada de la casa y puse comida y agua a los gatos, preparado para poner jaulas trampa, poder atraparlos, castrarlos y llevarlos a un sitio mejor.
Una voluntaria de la Protectora me dio mascarillas y gel desinfectante. También entró un día conmigo para ver en qué podría ayudar, sólo para salir corriendo al instante de poner en pie dentro del lavabo, con vahídos, su rostro desencajado, la promesa de que jamás volvería a entrar y la advertencia de que yo no lo hiciera.
—Aquí hay enfermedades y una locura que se toca. Las bacterias y los virus se te comerán, te pasará algo, no vuelvas a entrar, te lo digo, no entres más ahí y que se espabile el ayuntamiento —me lo dijo más o menos así.
Pero el ayuntamiento no se espabiló. Candado, cadena y listo. Me dieron una llave que debía recoger y devolver, firmar y poner fecha. Y así día tras día, con picores y pesadillas.
Al fin, después de casi dos semanas, desde el CAAD (centro de acogida de animales domésticos) me trajeron jaulas trampa para poder coger los gatos atrapados dentro de la casa.
Seguro que os preguntaréis porque tanto trabajo si podríamos dejar la puerta y ventanas abiertas para que salieran, incluso echarlos.
Aquí entra el ejemplar vecindario de esa calle maldita.
Me increparon por ayudar esos gatos de “mierda”.
—Que se jodan. Que se mueran si tienen que morirse.
—Ya está bien con la tontería de los gatos. Tanta tontería, tanta tontería…
­—Tú no vives aquí y no tienes que aguantar la peste que sale por las ventanas. ¡Cierra las putas ventanas!
Yo daba igual lo que pudiera decir: que era una persona sola que intentaba ayudar, que precisamente lo que quería conseguir era sacar los gatos y que la casa no fuera más un foco de suciedad y de infecciones.
Me hacían callar, incluso me increparon y recibí una llamada amenazándome.
Cerré ventanas, la puerta siempre cerrada con cadena y candado, controlados los horarios de ir y venir con el ayuntamiento… y empecé a limpiar y a cazar gatos.
Iba a la casa dos o tres veces al día, para controlar jaulas, básicamente.
Como dije, no entraré en detalles, como el del sonido de las pulgas al saltar bajo los papeles de diario y los crujidos bajo mis pies. Cómo salía a la calle con el cuerpo lleno, decenas corriendo arriba y abajo, metiéndose dentro de mi ropa.
A finales de septiembre, cuando conseguí sacar la última gatita de la casa, esperando pacientemente durante dos horas bajo las escaleras para terminar de empujarla dentro de la jaula trampa, porque no se fiaba; salí por última vez de esa casa con el cuerpo lleno de picaduras, rojo e irritado. Aunque, la verdad, lo que más me dolía era la indiferencia y el desprecio. Más que las heridas de mi cuerpo.
Ahora los gatos están a salvo.
Cuatro viven en casa de mi madre, tres en casa de mi prima, dos en una casa antigua del ayuntamiento que es colonia controlada y los últimos dos que saqué, en mi casa. También saqué cinco bebés, uno murió entre escombros en los días mientras dudaba de si subir o no a un desván que se estaba deprendiendo, con vigas y trastos tapando la única puerta de entrada, el cielo abierto en algunos agujeros del tejado.
En total fueron doce gatos adultos y seis bebés. Que yo sepa. Porque los agujeros y los rincones oscuros donde morir en la más absoluta desolación eran numerosos.
He dicho que fueron doce, pero sólo he hablado de once en sus nuevos hogares. La doceava murió agonizando de neumonía, ahogándose.
Quizá detestéis esta publicación, esta historia que os cuento, aunque sólo sea la superficie. Lo siento. Me marcó, y llevo callado mucho tiempo. Siento que nadie realmente me ha entendido. Estas historias suceden, tras un manto, invisibilizadas. Además, no sé de qué otra manera la podría contar, porque es y fue un horror. Es imposible, no caben palabras de esperanza, de optimismo o de benevolencia. Todo lo que rodea esta historia es maldad y locura.
Y no quiero terminar olvidándome de ella: Se llamaba Llucieta. Fue abandonada por su familia. Fue abandonada también por la sociedad, que tanto abandera la inclusión y la libertad. Seguro ella vivía en su mundo y no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Y murió al cabo de pocos meses.
Ella vivía en su infancia, algunos dirán que atrapada, entre flores, rústicas peonzas, muñecas, vestidos infantiles, juegos pintados con tiza en el suelo, disfraces de ensueño y el sol de primavera. Espero que ahora esté en paz.

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