@Ruizla
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Es cierto: no hay tanta diferencia entre el azul y el gris. Cada vez que pienso en ello, es como si sonara en bucle una canción que me invita a regresar a casa. Pero tiendo a ser disperso y, la mayor parte del tiempo, despliego una tragedia silenciosa en todos los rincones que pretendo ocupar. Casi cualquier momento es propicio para hacerlo, pues solo necesito un suspiro que me guíe cada vez que el sol me ciega. No es que viva sin un nombre, pero hay murmullos que escapan de labios sellados y resuenan en un abismo contenido tal cual es. Su eco no es suficiente para ser liberado de la soledad y, por razones que soy incapaz de comprender, se dejan llevar por el silencio, evocando la nostalgia de una mirada perdida. Es casi inaudible, pero reverbera en lo más profundo, como una sinfonía dirigida por la brisa y entrelaza la melancolía con ese rumor sigiloso.
Suena a despedida y, antes de que el adiós se complete, descubro sutiles trazos que revelan los matices sombríos de una decisión prematura. Es una paleta cargada de tonalidades donde los colores se desvanecen en grises. Juro sobre papel amarillo que, a pesar de verme cian, el magenta de sus heridas no lo causé yo. Los tonos primarios están atrapados en jaulas inexistentes y buscan la libertad caminando en círculos dentro de un laberinto cuadrado. Conozco cuáles son sus pensamientos, de algún modo se entrelazan con los míos y ya no sé quién de nosotros es el que comenzó a llorar, esperando que un par de rayos brillantes den forma a un arcoíris que vuele en libertad. O valdría incluso que persiguiera las notas de un lamento en el vasto horizonte, pero me temo que sería inalcanzable y jamás se atrevería a intentarlo. Supongo que tras mis párpados cerrados aguarda una sed insaciable, sin embargo, el tiempo la sepultó bajo las capas de un reloj de arena, quizá remanentes de un paraíso tropical.
Mis cadenas son de plomo, por más que asegure que son de oro. Siempre me creen cuando lo afirmo, porque la alternativa que ofrezco no es precisamente buena, aunque mezcle lo adecuado para que el resultado sea una tabla de color esmeralda. No existe piedra filosofal que proporcione esperanza a quien no quiera soltar una losa tres veces más grande que una luna nigreda. Tal vez si fuese albeda lo consideraran, pero nunca permitiría que llegara a ser rubeda.
Me intimida cualquier voz que hable del mañana. Ojalá no fuese así y comprendiera en lenguaje de signos tanto en pasado como en presente, para que mudara mi piel y obtuviera otra en sintonía con el cielo. No repto, aunque debería, puesto que mi lengua es bífida: sibilina y capciosa. Si doy un paso adelante, recorro el camino hacia atrás. Me pierdo entre preguntas sin respuesta y me encuentro avivando un carbón que nunca ardió. Si se enfría en mis manos desnudas, soy capaz de quemar con él si retrocedo. Y si cedo, no sé si derramarán lágrimas coloridas, pues se desvanecen. Y como una canción en bucle, termino siempre regresando a casa, porque después de todo no deja de ser cierto: no hay tanta diferencia entre el azul y el gris…
Me
gusta el silencio cuando tiene cosas que decir. No puedo evitar simpatizar con
él, puesto que en no pocas ocasiones he ofrecido una mano que vociferaba por sí
sola en la ausencia de todo sonido. Una propuesta, una pregunta muda, una duda
o quizá un deseo que aguarda suspendido en el aire. Es como una historia
completa que tiene los segundos contados; la crónica de una muerte anunciada,
pero no por ello tiene menos sentido dentro de la pausa. Si pudiera hacerlo, le
preguntaría qué se siente al tener un valor tan grande en el centro de la
ausencia. Si su respuesta fuese optimista, me alegraría. No tengo ningún tipo
de duda, aunque siendo sincero, apostaría todo lo que me queda de voz a favor
del pesimismo. A estas alturas, no creo que vaya a sorprender a nadie, ¿no es
cierto? Después de todo, este mundo es un lugar que no soporta la quietud, ya
que tres son multitud, se apelliden “seguido”, “aparte” o “final”.
Por
motivos que con toda probabilidad no interesen a nadie, tiendo a empatizar con
las causas perdidas. Al contrario de este mutis al que admiro, yo no aporté
valor alguno en ningún momento, salvo lo que se pudiera llegar a intuir. Pero
aquel silencio ya pasó y, lo digo muy en serio, tras el portazo que di al salir
tiempo atrás me acompañó un silencio que me fue gritando lo que necesitaba oír.
Lo mire del modo en que lo mire, agua pasada no mueve molino, aunque su sonido
al pasar por el río pueda aportar en ocasiones algo de paz. No pretendo hablar
del silencio que ya fue y salió mal; quiero centrarme en este que es nuevo y
podría pertenecer a cualquiera.
¿Cómo
ha de sonar una vida de ensueño? ¿Cómo debe iniciarse? Hoy me gustaría
convencerme de que comienza con “Nessun dorma”, pero no sé si tiene mucho
sentido que la realidad con la que sueño empiece con un “que nadie duerma”. Tal
vez sea irónico, pero es que la vida cada día brinda este tipo de silencios
antes de que llegue la aurora, y en cierto modo, “All'alba vincerò” gana muchos
enteros en este pensamiento utópico.
El
escepticismo sugiere que jugar con las expectativas es peligroso. Un paraíso de
realidades es inalcanzable, suene el aria que suene una vez se rompa el
silencio. Con tres acertijos no alcanza para que nadie tome esa mano ofrecida;
con uno tal vez, la pregunta pueda ser respondida; el segundo quizá aclare la
duda; puede que el tercero valore la propuesta, pero el deseo suspendido entre
ambos, siempre acaba perdiéndose. No soy contrario a ese modo de parecer, yo
también tengo anhelos que querría ver realizados y, si se pierden tras los puntos
suspensivos, al menos habré disfrutado del silencio cuando tiene cosas que
decir...
Nunca
he pretendido alcanzar la luna, y hoy ni siquiera puedo contemplarla. Quizá en
algún momento estuvo a mi alcance y el miedo impidió que mirara debajo de la
cama. ¿O quién sabe? Tal vez unas pocas nubes enladrillaron nuestra separación,
y después de tanto caminar tras ella, un par de finas piedras emparedaron una
distancia que siempre fue inaccesible para mí. Si me detengo un instante a
considerarlo, resulta hasta cómico, puesto que estas losas son fósiles de
estrellas fluviales y, aunque pertenezcan a aguas dulces, saben a lágrimas
saladas, ya que nunca hubo una diferencia más pequeña entre río y carcajada.
Solo
tengo que cerrar los ojos para empezar a desaparecer. En mi subconsciente jamás
habitaron gigantes; no cabalgo a lomos de un rocín. Ante todo, diría más bien
que soy yo quien lleva la silla de montar, y mi aspecto se asemeja más al pelaje
rucio de un asno cualquiera. Ojalá enfrentara maldades a punta de lanza o
espada, pero me temo que nunca he sido así. Tampoco he idealizado la dulzura en
una dama, y quizá mi nombre debiera de ser Aldonza, ya que no soy más que una
vieja verdad: mi venda no es un yelmo que proteja los delirios de un caballero
andante; es tan solo un breve soplido sobre un diente de león.
Diría
que siempre ha sido así, y tal vez si guiño un único ojo, retroceda hasta
volver a ser un niño. Sin embargo, eso está muy lejos de ser grande como
molinos de viento y, a pesar de que ellos también mueven flores en el campo, seguiría
estando lejos de la luz plateada. De hecho, si abriera además el otro ojo en
mitad de la noche, me parecería del todo a un duende que no alcanza dos palmos
del suelo, y ya quisiera yo tener alguna semejanza con un colmillo del rey de
la selva, cuando en realidad luzco como una ortiga muerta, sople por donde
sople el viento.
Supongo
que podría cubrir mi rostro con una manta, ya que carezco de una fiera
dentadura con la que rugir en la sabana. Pero la cubierta no es escudo alguno
cuando susurran los temores y no poseo armadura que proteja este huesudo cuerpo.
Si la joya de mi corona no vale un cobre, ¿por qué hablamos de doblones de oro?
Por mucho que pretenda sacar brillo y me empeñe en no mirar a los monstruos, estos
tiran de la tela bajera que me separa del catre donde a veces me permito soñar.
Esto no significa que la cobardía me amedrente ante los terrores nocturnos.
Vivir hoy entre delgados muros tan solo implica que el firmamento parezca la
boca de un lobo. Son en realidad pocos los que duermen en planetarios alejados
de la intemperie y tengo muy pocas posibilidades de ser uno de ellos. Además, sé
que nunca besaré la luna; su piel no está hecha para mí. Nunca le podré regalar
un anillo cuyo valor se aproxime a centenares de monedas brillantes, ni jamás
tendré la oportunidad de expresarle en voz baja todo lo que quisiera decirle. Y
si no la vuelvo a ver, tal vez mañana se muestre llena para todos los demás.
Nunca he pretendido alcanzar la luna, y hoy ni siquiera
puedo contemplarla.
He
soñado que había un abrigo en medio de la tormenta, que la vida lanzaba
furiosos rayos, pero se mantenía estoico como un ancla que se aferra al fondo.
También, con mirillas hacia una vida mejor, con ventanas de dicha y puertas de
fortuna.
He
soñado con un tapiz en blanco donde se pintaban con carboncillo las
aspiraciones, los proyectos e ideales. Tenían forma de estrellas fugaces y sus
estelas eran similares a la esperanza y las posibilidades ilimitadas.
He
soñado con puentes que conectaban la curiosidad y anulaban el hastío, el
aburrimiento y la monotonía. Sus pasarelas conducían al entusiasmo con cada
paso y el saber se abría ante nosotros con emoción.
He
soñado con espejos que revelaban el futuro y sus reflejos no nos avergonzaban. Con
prismas que refractaban rayos oscuros y mostraban un mundo lleno de brillantes
colores que se desplegaban en un viento reconfortante.
He
soñado que la piel era un mapa y sus tesoros enterrados no estaban marcados por
cicatrices rojas. Sus arcones estaban repletos de serenidad y paz, de fortaleza
y salud, de armonía y felicidad. Desde ese momento, todas las brújulas nos
guiaban hacia la gratitud, la bondad y el amor.
He
soñado con estaciones de tren de humeantes locomotoras, y cada una de sus
vías se dirigía a destinos llenos de promesas, encuentros y buenas
experiencias. Los billetes para el viaje estaban marcados con corazones
repletos de ilusión y el origen solo era un punto de partida.
He
soñado con melodías que acariciaban el alma, con canciones que nunca terminaban
y cuyas escalas musicales nos envolvían con admiración, confianza y amistad. La
sinfonía tenía un nombre que representaba aceptación e instaba a la
preocupación y el bienestar.
He
soñado con luminosos faros que velaban por nosotros en la profundidad de la
noche. Vigilaban nuestra travesía como astros afianzados a la tierra, y sus
destellos nos protegían de las adversidades, como antorchas que disipaban
nuestra incertidumbre e inspiraban a seguir adelante sin temor.
He
soñado con mariposas que revoloteaban dentro de lo que somos. Con ternura,
despertaban la belleza que se encontraba en cada rincón que nos conforma,
haciendo que la generosidad y el respeto aletearan junto a ellas. A pesar de
su delicadeza y ligereza, nos dejaban una profunda huella, recordándonos que
siempre existe la opción de transformarnos en lo que deseamos ser.
He
soñado con burbujas de júbilo que estallaban por todas partes, como suspiros de
gozo que elevaban las sonrisas en los rostros hasta desatar carcajadas de
euforia, despertando el entusiasmo y el optimismo en todos. Era contagioso y cada uno de nosotros se regocijaba de alegría y plenitud.
Hoy
he soñado contigo.
Solo por hoy, me gustaría dejar de ser la ilusión que aseguran que soy. Mi seda no esta hecha para devorar presas; tampoco para construir refugios. Suena como lo haría un carrete sin anzuelo cuando gira, pero es que hay tantas voces alzadas que ya nadie escucha lo que está tan claro como el agua. Al fin y al cabo, no deja de ser un océano. Siempre me sentí como si me diera la bienvenida, a pesar de todos los naufragios que logré evitar y, dicho sea de paso, me sumergiría en sus dominios si me invitara a hacerlo. A pesar de que contemplo su oleaje desde la primera luna, nada me había llevado antes a considerarlo siquiera.
No
hay misterio alguno en mi hacer: en ocasiones, hago uso de una aguja para unir
partes independientes o rotas, mientras que en otras, por desgracia, me topo
con el dedal del infortunio y hago llorar con lágrimas rojas a un corazón
desprevenido. Al menos el anular queda a salvo de las punzadas y tal vez él se
pueda encargar de suprimir el posible llanto. No me cubro con una capa de
misterio. Mis habilidades de costura no darían ni para una bufanda irregular.
Pero no deja de ser cierto: una rueca es una rueca, y mi destino me llevó en
algún momento a dormir a un heraldo del alba hasta que el encanto rompiera el
embrujo de su maleficio. Pero esa es otra historia...
A
fin de cuentas, siempre he sido una cifra incalculable que ha conseguido llamar
la atención a base de combinaciones fuera de toda lógica. “Imprevisible”,
dicen. El problema de mi propósito siempre ha sido el mismo: un ábaco capaz de
acariciar el infinito también se quedaría corto. Solo necesito una
intersección, un giro a la vuelta de la esquina en otro lugar a millones de
pasos de distancia, puesto que el mundo cabe en un bolsillo, y aunque mi telar
no confecciona prendas con las que volverse conocidos por arte de magia, sí
puedo bordar mis iniciales en un pañuelo donde encajan todos.
Hoy
me apetece ser la causa aparente de los sucesos inexplicables. En mi propio
idilio, sería artesano de zapatos o soplaría cristal. Quizá, en una tarde de
inspiración, mezclara ambas cosas a la vez y calzara la miseria para que
quedara equilibrada con las nuevas oportunidades. También mi sino me llevó a
extraviar algún tacón, pero no hubo nada creativo en ello, todo lo contrario.
Observé el azul pacífico con mi sedal, mientras una pareja danzaba nivelando
situaciones extremas y opuestas. Pero sí, también ese es otro cuento...
Estoy
cansado de ser aquello que nadie querría ser ni con otros dos deseos con los
que poder remediarlo. El lado menos atractivo de una línea recta y gris. No
habito en un precioso estanque ni me nombran con agrado. De una casilla a otra
y vuelvo a tirar porque me toca. Si bastase con tomar distancia para que mi
plumaje reluciera, lo haría, pero mi reflejo en el agua no miente: «no eres más
que lo que eres», asegura. Mi hado me llevó en una ocasión tras huellas
palmeadas. Aquello dejó su lugar, ya que no parecía como los demás. Su color
así lo indicaba y sus patas avanzaron sin mirar atrás. Mi seda lo detuvo en un
lago lleno de plumas blancas. “Eres más de lo que creías”, le garantizó algo en
su interior al no encontrar diferencias con los demás. Pero sí, también esa es
otra fábula...
Solo
por hoy, me gustaría dejar de ser la ilusión que aseguran que soy.