
Tanteo el colchón con los ojos aún entrecerrados, pero solo toco el somier vacío.
—¿Jorge?
Bostezo al tiempo que miro la hora en el móvil. Son las nueve de la mañana.
—Estoy en el salón.
Me bajo de la cama, entro al baño a lavarme la cara con agua fría y voy con él.
La imagen que veo nada más entrar al salón me parece muy perturbadora: mi novio sentado en el sofá cepillándole el pelo a su muñeca Bea.
—Buenos días, qué pronto te has levantado.
Me acerco a la mesa, cojo un cruasán y le doy un mordisco.
—Ya, es que me apetecía estar un rato con Bea.
—¿Y por qué no estás conmigo, que soy tu novia?
Jorge suelta el cepillo, se levanta y viene hacia mí. Me rodea la cintura con los brazos y me besa despacio. Yo cierro los ojos y dejo que su boca controle la mía.
—Te quiero mucho —susurro.
—Y yo, luego cuando vuelva, te prometo que estoy contigo todo lo que quieras.
—¿Es que te vas? —Abro los ojos, sorprendida.
—Sí, quiero ir a la tienda de Andrés a que limpie a Bea y le ponga tapas nuevas en los zapatos.
Adiós al momento romántico. Jorge me suelta, coge la muñeca y se marcha.
Al cabo de una hora, oigo caer las llaves en el cuenco de la entrada y los pasos de Jorge acercándose por el pasillo.
Me levanto del sofá, me estiro un poco el vestido y espero, impaciente, a que entre. Lo echo de menos.
—¿Qué tal, cariño, ya la han limpiado y todo?
Jorge lleva la muñeca en una mano y una bolsa con un re-galo en la otra.
—Qué va, dice Andrés que me avisa en cuanto pueda; ahora tiene mucho lío.
Deja la muñeca y la bolsa en el sofá y se quita la chaqueta.
—¿Y ese regalo para quién es?
—Para ti.
Jorge coge la bolsa y me la da. Yo lo miro ilusionada, hacía mucho tiempo que no me compraba nada. Por lo menos seis meses, desde que me regaló el disfraz de Bea.
Me siento en el suelo y empiezo a abrirlo. Mientras lo desenvuelvo, me pregunto qué será y siento como la emoción se apodera de mí. Jorge se sienta a mi lado y me observa expectante; sin embargo, todo mi entusiasmo se esfuma cuando saco de la caja una peluca rubia de pelo rizado.
—¿Te gusta?
Sinceramente, no sé qué contestarle. Me ha dejado en blanco.
—Es que la he visto y me he dicho: «Con esto ya sí que vas a ser Bea del todo».
A veces me hace sentir que solo está conmigo porque me llamo como su muñeca.
—¿Te la pruebas con el traje y vamos a la cama?
Jorge empieza a acariciarme el brazo y hace pucheros, igual que un niño que le pide a su mamá más golosinas. Yo asiento, despacio, con la mirada aún fija en la peluca.
Entonces Jorge se levanta, me agarra de una mano y me lleva, casi a rastras, a la habitación.
—Voy un momento al baño.
—Vale, pero no tardes.
Cuando salgo, Jorge ya está en la cama tapado hasta la cintura y con el pecho al descubierto.
—Venga, date prisa —dice ansioso.
Respiro hondo y trato de parecer lo más tranquila posible. Me acerco al armario, saco el disfraz y me lo pongo con la peluca.
—Eres perfecta. —Jorge suspira.
Yo, en cambio, me siento ridícula. Tanto que empieza a picarme la nuca y noto como mi cara se vuelve amarilla.
Jorge se levanta, tira de mí y mi cuerpo cae sobre el suyo en la cama. Tira tan fuerte que al caer la peluca sale disparada, pero él no parece darse cuenta, o no le importa. Lo único que quiere es que sus manos encuentren la cremallera del vestido, mientras sus labios recorren mi cuello apasionadamente.
—Algún día me gustaría hacer el amor como una persona normal.
—Sí, sí, otro día...
Jorge sigue besándome. Ya ha encontrado la cremallera y ahora su cabeza está metida en mi pecho. Yo intento relajarme, disfrutar, pero no puedo dejar de pensar en las veces que le he pedido hacer el amor siendo yo misma.
De repente, su whatsapp me devuelve a la realidad. Él se lanza a la mesilla a coger el móvil.
—¡Es Andrés, dice que ya puedo pasarme!
Deja otra vez el teléfono, se levanta y empieza a vestirse.
—¿Te vas a ir ahora?
—Sí, en cuanto vuelva, seguimos.
—¡Y una mierda!
Con el traje por la cintura, me bajo de la cama y salgo hacia el salón. Jorge me sigue desconcertado. Agarro la muñeca y la reviento contra el suelo.
Él grita histérico y se arrodilla, llorando, junto a los restos de su querida Bea.
—Jorge, que te jodan.