Una lágrima,
Estrangulada y rota,
Se deslizó por su mejilla;
No era tristeza,
Sólo pena, profunda pena.
Tras los cristales
Su figura recortada
Yacía quieta.
Otra lágrima tintineó
En su clara pupila
Rompiendo como cascada
Sobre la roca de su carne.
No lloraba de tristeza,
Sólo era pena,
Profunda pena.
Roberto Diez (1977).