
Como cada treinta y uno de octubre aparece en mi puerta un ramo de rosas rojas marchitas y secas. Las dejan en la puerta a media noche mientras todos duermen. No se escucha nada, ni un ruido, y eso que para llegar a la puerta tiene que atravesar un jardín lleno de trampas como piedras sueltas, muchas ramas secas y un perro fiero. Me levanto por la mañana, el día de Halloween, y hay están en la puerta atadas con un lazo desgastado por el paso del tiempo.
Me siento a su lado y espero al responsable de tan mal gusto romántico, pero nadie aparece durante todo el día. Ya por la noche los niños empiezan a tocar en la puerta para cambiar travesuras por chucherías. Espero a cada uno de ellos vestida de la novia cadáver, uno de mis disfraces favoritos, pero por más que espero jamás he visto llegar un novio a mi casa.
De repente, empieza llover y la noche se vuelve más oscura de lo normal. Estoy en la puerta y veo como una mano huesuda me da la misma rosa roja marchita. Intento ver su rostro pero no lo veo. Voy a por una linterna para ver quien es, pero por más que ilumino allí no hay nadie solo yo y la rosa roja marchita por el paso del tiempo tirada en el suelo. Salgo al jardín y un frío sepulcral me hiela la sangre.
Camino a oscuras con la única luz de la linterna en busca de esa mano huesuda que me ha dado la rosa. Mientras camino algo hace que tropiece y caiga hacia adelante sin remedio. Abro los ojos y me veo dentro de una tumba cavada profundamente en mi jardín y justo a mi lado está la mano huesuda con la rosa marchita entre sus dedos y junto a ella un esqueleto vestido de novio.
Quiero gritar pero la tierra que empieza a caer sobre mí me calla para siempre para hacerme vivir un eterno Halloween romántico.