
Pero una de esas mujeres no se retorció de dolor... lejos de verse sufrimiento en sus gestos, ella, ya con la ropa consumida por las llamas, caminó entre la hoguera que debió ser su castigo.
Y con unos movimiento sensuales y ritmicos, dominó el fuego a su alrededor y quemó a todos los hipócritas que, crucifijo en mano, miraban con sádico disfrute el fanático espectáculo en mitad de la plaza del pueblo.
No hay que enfadar jamás a una verdera bruja.