Mi primera muerte
El día que decidí morir se jugaba la final de un mundial de fútbol, se enfrentaban Brasil contra Italia, faltaban pocos minutos para que se acabara el partido y ya tenía planeado como hacerlo: Ingesta masiva de pastillas.
Recuerdo que era de noche, una noche muy calurosa. Aunque por entonces me gustaba el fútbol me importaba un carajo si la esfera entraba en el arco o si el arquero entraba en la esfera del mundo y en su historia por pararlo en gloriosa palomita. Mi único deseo era morir, y aunque el tiempo era lento y pesado como la losa de un obeso había decidido esperar a que terminara el encuentro. El equipo local lo formábamos papá, mamá y yo, mi hermana Bea estaba de fiesta y seguramente volvería tarde. Tenía por compañera una profunda depresión, y llevaba meses acompañándome. Muchos meses.
Por fin, tras una agónica tanda de penaltis, el partido terminó, no recuerdo quien ganó ni me importaba. Lo único que me preocupaba era el desenlace de mi encuentro, y tenía claro que el ganador iba a ser yo.
Mi papá suspiró, se levantó y tras apagar el televisor entró en el lavabo bostezando. La luz suave de una pequeña lamparita iluminaba el rostro de mamá que se había quedado dormida en el sofá. Permanecí un tiempo mirándola hasta que abrió los ojos, unos grandes ojos azules, hermosos, bañados de melancolía. Nos miramos, mamá esbozó una leve sonrisa, se levantó y entró al lavabo junto a papá.
Con la cabeza gacha y los hombros caídos yo también me levanté, saqué una botella de agua de la nevera y entré en la habitación con la firme decisión de arrancarme la vida... (Continuará)