Errante el jinete vislumbra la hoja de madera bermellón. Adentro, bullicio y vicio. Canción y pintura frágiles. Placenteras con fuerza.Una bebida exhumando gélido vapor a la añoranza de olvidar lo olvidado. La orquesta moribunda suena, y anima con nigromancia al éxtasis de los desvaídos sentidos.Mujer divina en la cercanía, avanza grácil, danza su melena tornado candil; merced del viento inesteril paridos por desvencijadas aletas.—¿Cuál tu añoranza? ¿Cuál tu destino? —flechas de flamas féminas interrogan; a la joya, a la reliquia, al fósil, a esa viril extrañeza.
No sin antes lamer el desperdicio de agua del amargo vaso, gravita su torso en la elipse de hermoseada semblanza. Sin alma su sonrisa. Apaciguó la incandescencia de las flechas respondiendo con el descuido de no estar cristalino a quién respondía.—La longevidad temporal secuestró a la respuesta, y sufrió de Estocolmo.
—Apoyarte en tu búsqueda, quiero acompañarte en el rescate.
—¿Quién eres tú? ¿De dónde apareces? —su rostro conjuga sardónica sonrisa.
—Soy la vida de tus oraciones. Soy la arquitectura de tus sueños. Soy el océano de tus lágrimas. Soy la arena de tu imaginación. Soy la estrella de tu corazón. Soy el paraíso de tu cuerpo. Soy la alma de tu alma.El jinete lució sin albedo debajo de la cascada de sombras de su sombrero. El ambiente incrementó el vértigo. La hecatombe de exiguas existencias, gozó serenidad; en la cúpula de la alquimia espiritual. Abstraído en la mangata él, la miró. En la caricia del rosal élla, lo besó.Abrazáronse, el universo deleitó resplandeciente creación. Planeta Amor.