
Se dice que se juzgó a un hombre por asesinato en París y se le condenó a muerte. El clamaba su inocencia pero nadie le creía. Ya en el cadalso, cuando el verdugo estaba a punto de cortarle la cabeza, una mariquita se posó sobre su cuello. Por mucho que intentaban espantarla ella seguía ahí posada en el cuello del reo. El rey Roberto II el Piadoso (972-1031) estaba presenciando la ejecución y, cuando se dio cuenta de este extraño suceso, pensó que era una intervención divina para salvar a este hombre. Al poco tiempo se apresó al verdadero asesino y se supo que la mariquita habia salvado a un inocente.