
Las 6:57, suena la alarma.
Agita el contenido de su taza al ritmo de una melodía que, quizá, hable de sueños, pues “hoy era el día”.
Caía la noche, y sonaban nueve campanadas en la lejanía…
Recoge los retales de ese boceto que no parece haber sido tan buena idea. Entonces observa su pequeña biblioteca que en comparación a la magnitud de su cubículo resulta quimérica.
«Si tan solo lograra eliminar la interrogante de mi rostro…» se dice al leer un título concreto.
Prende otra vela: la fiel escolta de la intimidad de sus deseos; de su incipiente esbozo; del eterno regreso al punto de partida.
Un efímero impulso de inspiración la hace tomar el pincel y…
«¿Las 6:57 de nuevo?» se pregunta al levantar con hastío los trozos de su anterior diseño.
«Lo que aún no existe solo tiene cabida en mí» piensa al remover el café con cierto anhelo. Continúan sobre la mesa pedazos de otro trabajo sin éxito.
En uno de ellos, una “F” de color albahaca se vanagloria en su microcosmos. «Como despejar la incógnita… “F” de futuro…».
Suena de nuevo el noveno tintineo. Enciende la vela, y toma de la balda el mito de Sísifo.