
Todo empezó hace unos tres años, quizá menos, quizás más. Es difícil medir el tiempo a no ser por los días cálidos en que solía adormecerse en el patio lleno de macetas floridas o los muy fríos en los que se estiraba perezosamente junto al fuego para calentarse.
Ella se enamoró de sus ojos azules, su pelo sedoso, espeso. Su piel tibia.
Él de sus manos suaves. Su olor a violetas. Su andar grácil.
Fue encontrarse y enamorarse.
Compartían las horas. Llenaban la vida con su vida. Anhelaban su presencia cuando tenían que separarse.
Pero un día todo cambió. Ella volvió a casa distinta. Mas alegre ... Diría que llena de una emoción insólita.
Él no sabia que estaba pasando. Aturdido y asustado e incluso sumiso siguió mostrándole su afecto con toda la serenidad que era capaz para no despertar sospechas de su desasosiego.
Lejos quedaba el recuerdo de tantas caricias y el amor que ponía al acercarse a él.
Poco a poco el invierno fue instalándose en su alma.
Un día se enteró que se iba a casar con otro. Se sintió morir mientras un odio irrefrenable empezaba a germinar.
No volverían a pasear por el jardín florecido ni a calentarse al calor de la chimenea.
No podía soportar su traición. Un frío lento empezaba a enajenar sus sentidos.
Tenía que hacer algo. Necesitaba un plan.
Pronto llegó el día de la boda. Al norte de la ciudad las campanas de la catedral repican sin parar. Un novio espera ansioso.
Justo al sur en un barrio modesto, en la cama de una pequeña habitación una novia de labios y mejillas descoloridas y párpados abiertos yace sin vida.
Una rosa roja ilumina el blanco vestido.
!!! Ya eres mia. Solo mía!!!