Ainara noto el calor del orín en la entrepierna, y se preguntó, no por primera vez en las últimas semanas, si de verdad merecía la pena pasar por todo eso. Pero la respuesta siempre era la misma; dinero.
“¡Vamos!” trató de infundirse valor. Pero, paralizada por el miedo, era incapaz de seguir gateando por aquel oscuro y pegajoso pasadizo.
- ¡Ainara!, tienes que continuar, ¡YA! - La increpó el “jefe”, con esa voz metálica, acuciante y omnipresente que había aprendido a odiar y respetar por partes iguales.
- ¡No puedo! - Grito, rompiendo a llorar de nuevo, para después, con queda y trémula voz de niña pequeña, suplicar - porfa, jefe, que me da mucho miedo
- ¡Yo sí que te voy a dar miedo si no continuas!
La gente rompió a reír mientras que ella se estremeció aún más, a sabiendas de lo que escondía ese tono entre irónico y paternalista que el jefe usaba en directo, al igual que conocía muy bien las normas del juego, las escritas y las que no, y como necesitaba el cochino dinero, hizo de tripas corazón y con los ojos cerrados y chorreantes de rimel adelanto una mano, luego una rodilla, después la otra mano, toco algo viscoso, grito de nuevo, volvió a orinarse un poco, y tragándose su miedo y su dignidad siguió adelante como buenamente pudo.
Mientras, en plató, una pintoresca brujilla multicolor de puntiagudo sombrero y lengua viperina, alentaba al público a jalear a la muchacha con una gran sonrisa en la boca, aunque no de las agradables.
- ¡Vamos Ainara, tú puedes!- Le espetó la bruja- ¡Venga, vamos todos a animarla!
"¡¡¡Ainara, Ainara, Ainara!!!" Coreó el público entre palmas al compás de la bruja.
Y la chica, claro, continuo.
¿Qué otra cosa podía hacer?
*Nota; Este microrrelato es una dramatización de una historia real ocurrida en la TV nacional no hace tanto tiempo. Trato de reflejar en el la sensación de irrealidad distópica que tuve al verlo.