Kara, ilusionista y bailarina

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"(...)Kara, quién se giraba de vez en cuando para hacerle gestos de desafío entre carcajada y carcajada.

Mientras Kara se movía como una gacela entre las gentes de la agitada Tepeu, y su larga y oscura melena parecía fluctuar en una esbelta danza tribal; Milandra corría dando traspiés y gesticulando como una mariposa mareada. Más de un inocente transeúnte se llevó esa noche algún codazo y hasta un buen empujón.

—¡Venga, lentorra! —gritaba Kara a su pobre amiga atolondrada.

—¡Te voy a dar una paliza! —exclamó Milandra antes de chocar contra un viejito baldado y pedigüeño—, ¡Uops! ¡Lo siento, señor! —pidió perdón girándose y dando un traspiés.

Kara lanzó una carcajada que fue como un latigazo en la espalda de su amiga.

—¡Qué torpe eres! ¡Venga! ¡Date prisa!

—Cuando te pille… —balbuceó Milandra intentando aguantarse la risa.

Mientras tanto, en la puerta sur de la ciudad, la princesa Amaité se encontraba con tres centinelas de porte valeroso y que vestían ternos de cuero acolchado con un pequeño pero vistoso búho grabado con pan de oro en el pecho, sobre el corazón. La plazoleta estaba flanqueada por grandes rocas, y en cada una de ellas una antorcha iluminaba el entorno con su luz cálida y mansa.

Las llamas parecían tejerse entre un silencio amable, y sólo el hondo respirar de tres adormilados elefantes vestía el silencio como capas de seda sobre una cama desnuda.

La princesa Amaité esperaba impaciente pero en silencio la llegada de sus amigos. Su mirada se posaba en el cielo, escrutando el mapa celeste en busca de indicios.

Las estrellas brillaban con un singular fulgor esa noche y, entre ellas, el gran ojo negro del cielo, la luna Fengarya, llena con todo el pavor que inspiraba su imagen, absorbía la luz nocturna para no volver a reflejarla jamás. Amaité se preguntaba qué es lo que habría visto esa noche Fengarya. Qué estaba pasando en el sur. No podía esperar a averiguarlo, por eso el nerviosismo se manifestaba en sus dedos, que martilleaban discretamente dentro de los bolsillos contra sus muslos.

Pero las inquietudes de la princesa fueron rápidamente sustituidas por las impresiones de divertimiento que le causaron sus amigos al llegar a tropel.(...)"

Fragmento de la novela 'Vientos de una nueva guerra' de Azel Highwind.

Ilustración de Ricardo Muñoz.

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