
¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? No lo sé. Lo único que sé es que estoy en medio de un vasto desierto y, a lo lejos, muy lejos, diviso una montaña con una misteriosa y atrayente luz cegadora en su cima. Algo me dice que debo ir hacia allí.
Emprendo mi viaje, con pasos cortos, por ese inmenso desierto hacia la misteriosa luz que hay en el horizonte. Estoy solo. No hay nadie a mi alrededor. Arena y más arena, dunas y más dunas, todo lo voy dejando atrás. No puedo interactuar con nada, tan sólo andar y correr. Espera. También puedo saltar. Sí. Una especie de tira que forma parte de mi extraño atuendo me permite realizar saltos para llegar a lugares que, de otra forma, resultarían inalcanzables. Pero mis saltos son limitados, la tira está formada por unos símbolos de luz que se van apagando cuanto más tiempo permanezco en el aire. Por suerte, unos objetos que voy encontrando por mi camino consiguen recargarlos de nuevo.
¿Qué es ese objeto tan brillante? Me acerco a él, con cuidado y sin confiarme; podría ser cualquier cosa. Al tocarlo, el extraño objeto desparece y se fusiona conmigo, alargando la tira que me permite saltar. Queda claro, pues, que debo investigar cada lugar para encontrar más objetos del mismo estilo.

Acabo de encontrar una especie de ruina. No sabría decir qué fue esto tiempo atrás. En su interior, cuatro mecanismos, dos a cada lado, que se encienden al acercarme a ellos. Y ante mis ojos, como si de magia se tratara, se dibujan en la pared unos extraños símbolos como si contaran una historia. Es un glifo.
Mi viaje no ha hecho más que empezar. Llevo poco tiempo aquí, sin saber nada de mí ni de mi pasado. Da igual. Debo seguir adelante.
A mi izquierda noto un destello de luz, me giro pero no veo nada. Ahora a mi derecha. Tampoco, no hay nada. ¿Qué está pasando? Camino con cuidado, mirando para todas partes con precaución. Espera. ¿Quién es? A lo lejos diviso a alguien idéntico a mí, desprendiendo luz; de él provenían los destellos anteriores. Esbozo una pequeña sonrisa, no estoy solo en este viaje. Voy hacia él, él viene hacia mí. Nos juntamos. No podemos hablar, no sabemos quién es cada uno y tampoco existe la forma de averiguarlo. Eso no importa. Unos pocos segundos bastan para conocernos, sin mediar una mísera palabra, tan sólo con los gestos y emitiendo unos extraños sonidos.
Emprendemos de nuevo el viaje, ahora los dos unidos. Pronto me detengo, me he quedado sin energía y no puedo saltar. Mi acompañante se percata, se acerca a mí y me da energía. Bien, podemos ayudarnos; con sólo juntarnos o emitiendo el sonido característico de cada uno conseguimos dar energía al otro (no a nosotros mismos). Es suficiente, no necesitamos nada más. Es hora de continuar adelante, cooperando y apoyándonos en todo lo que podamos. Estamos preparados.

Y así, nuestros destinos se juntan para continuar este extraño pero maravilloso viaje, el que inicié no hará ni 15 minutos en soledad. ¿Qué nos deparará el futuro? Lo desconozco. De lo que no tengo ninguna duda es de las inmensas ganas que tengo de continuar, de descubrir más, de llegar al final. Y aunque hay algo dentro de mí que no quiere que esto termine nunca, sé que se acabará, muy pronto… Pero merecerá la pena.
Nota: Este texto lo publiqué en la web LivingPlayStation el 15/03/2012. Lo he querido rescatar para hoy, para el undécimo aniversario de Journey.