No soy una persona religiosa, ni un gran fan de la semana santa, aunque sí que me trae agradables recuerdos; el olor de los roscos, que preparábamos con mi madre, friéndose. Las torrijas, los pestiños, la leche frita… ¡Me está dando hambre solo de pensarlo!
¡Pero no todo va a ser comer¡ También recuerdo ir con mi familia a ver los pasos, que en Granada ofrecen estampas, en gran parte por el entorno, estéticamente bellísimas. Y en las callejuelas del Albaicín o del realejo, barrios milenarios, se crea un entorno casi onírico en la madrugada.
Pero es el jueves santo, con la salida y descenso por el Paseo de los tristes de la procesión del Señor del Silencio, cuando se crea un verdadero ambiente de irrealidad irrepetible; la oscuridad, el Darro susurrando abajo, la Alhambra vigilante arriba, el silencio absoluto de la multitud, roto solo por el rasgueo de las cadenas y el lóbrego, solitario y machacón tambor con su fúnebre letanía…
Bueno, aquí os dejo este poema que escribí hace muchos años.
Espero ser capaz de trasladaros la experiencia. Saludos¡¡
Con la luz apagada
se adivina el silencio
que emprende su marcha
desde San Pedro.
En la Carrera del Darro,
aguardo en el puente y ya veo
los primeros cirios
que iluminan su paseo.
La luna y la Alhambra
son calladas testigos,
como callada esta la gente
esperando junto al rio.
Es noche santa en Granada,
y una saeta se escapa
para ir tras de su eco
por callejas empedradas,
dejando solo al tambor
y a las cadenas que se arrastran,
junto al silencio de la gente,
de la luna y de la Alhambra.
