Comprendí que al mirarte
mi deseo se esfumaba
cuál espuma en el mar.
Y sentí pena por ti
y me eché a llorar
al presenciar tu figura.
Tan frágil estabas
que no recuerdo un atisbo
de fortaleza súbita.
Ni intentaste levantar
el peso que te abrumaba,
la piedra plomiza
que aplastaba tus agallas.
Caíste rendida a la alborada,
aún plañen lágrimas de sangre
las ánimas de madrugada.
Jose Pedro