
Mi hijo me ha supuesto muchas alegrías, pero también muchas renuncias, como a todos los padres. No lo cambio por nada, pero a veces es difícil esta constante renuncia a mí misma.
Una de las renuncias más difíciles es la de aceptar que él es como es, y no como a mí me gustaría que fuera.
Cuando tienes un hijo, le aceptas desde el útero, sin saber cómo va a ser su nariz, el color de sus ojos, su peso o altura, ni su temperamento o gustos. Le aceptas como es, desde esa cara y ese cuerpecito que ves al nacer (quizá se parezca mucho al padre, o quizá a la madre, o puede que sea mezcla...), Hasta sus gustos cuando es más mayor. Respetar que él es como es, implica un amor gratuito que debe ser recordado cada día, para no caer en la pretensión que tengo de que fuera como yo quiero.
¡Vaya! Yo querría un niño que jugara al fútbol, pero resulta que no le interesa más que para algún día ocasional.
Él prefiere tocar la guitarra, o pintar, o hacer teatro. Me ha salido un niño artista de la cabeza a los pies. Así es él.
Y me doy cuenta de que mis posibles proyectos pueden acabar con su esencia. Que mis proyectos son míos, no suyos. Que si le quiero, le quiero libre, quiero que sea como él es.
Por ese camino suyo, tendré que ayudarle a sacar lo mejor de él: ayudar a que aprenda a frustrarse y esforzarse, a discernir cuál es el mejor camino para él. Pero respetando que él no soy yo, que es otra persona independiente.
Esta renuncia es cotidiana, y a veces me cuesta, es un esfuerzo, pero a la vez es bonita, porque siento que en este "dejarle ser", yo le quiero mejor y él es más auténtico.
Ahora estoy esperando al segundo, y me cuesta todavía este trabajo, porque ahora me parece que debo renunciar a mi idea de cómo debería ser, y además a que se parezca a su hermano mayor, que al menos ya sé de qué pie cojea...
Pero en fin. Deseo querer mucho y bien a mis niños.
Gracias por leerme. Me encantaría conocer tu experiencia o ideas al respecto. Si has llegado hasta aquí, ¡no te vayas sin comentar!