Esta tarde, arreglando papeles y poniendo órden a al desorden, he encontrado un escrito que curiosamente, y remarco curiosamente... responde a una idea que he tenido ésta mañana. Hoy estaba pensando en lo que se debe sentir al cometer un error fatal sin vuelta atrás, y he pensado que debía escribir algo sobre ello.
Curiosamente... me he encontrado algo que escribí hace quien sabe cuanto... y que precisamente responde a esa situación.
Es fuerte y no quisiera herir la sensibilidad de nadie. Yo aviso por si acaso. Creo que se cuando debí escribirlo, ya que tuve un episodio de estos cercano.
Ahí os lo dejo, un abrazo familia Mamby.
Fue un momento de euforia incontrolada, de emociones tremendamente penetrantes. Mi cuerpo cedió a la cohesión, y empezó a correr. Un sentimiento entre alegría desmesurada y rabia obscena se apoderó de mi razón. Tenía ganas de comerme el mundo, de demostrar mi poder al resto de las personas. Deseaba de brutal manera desencadenar mi fuego, mi ardiente y supremo yo que tanto tiempo había pasado encarcelado.
Ansiaba manifestar mi valor y mi fuerza interior. La soledad que me atenazaba me había alimentado lo suficiente como para provocar una reacción desatada de furor al presenciar sensaciones tanto tiempo rechazadas por mi subconsciente.
El agridulce dolor de la satisfacción acrecentaba mi encolerizada y divergente ilusión. En mi apasionada carrera, me acerqué de manera irreverente y directa hasta las cercanías de aquel risco.
Mi mente anunciaba espasmódicamente que mi cuerpo estaba a punto de cruzar la línea. Una delgada línea de color macilento que jamás debe ser rebasada. La separación entre lo correcto y lo incorrecto, entre nuestra percepción de la verdad y la mentira, de la realidad y la fantasía.
Fueron centésimas, quizá milésimas de segundo las que tardé en descubrir mi error.
Porque en tan corto espacio de tiempo, le arrebaté el valor al tiempo, y me enfrenté con el destino –¡Detente!-.Encaré con vehemencia a cualquier realidad que pudiera enfrentase a mi ser. Sin embargo, fue entonces cuando vislumbré que había excedido el acre límite que convierte una situación segura en una muerte innegable. Y todo por mis acciones.
-¿Cuanto dolor vas a causar?
Me faltó el tiempo para pensar en mi estupidez. ¿A caso era aquello mi propio auto-castigo?
No quise saltar, insté a mis piernas a parar. Mi horror por saber que ya era demasiado tarde no cesaba de crecer.
–¡La has cagado gilipollas!
En un alarde extremo de brutal pasión, algo en mi interior empujó mi cuerpo con más fuerza aún y salté. Sentí las rocas desprenderse bajo mis pies. Una sensación tan amarga como espantosa
–Ni siquiera en algo tan privado como morir, vas a estar tranquilo imbécil.
En un breve espacio de tiempo me odié al tiempo que me amé. Deseé poder abrazar y ser abrazado, besar y ser besado, ofrecer cariño y que me fuera ofrecido. Todos esos sentimientos se mezclaban con la rabia y la inefable sensación de que aquel mundo me había mal tratado y que aquella iba a ser mi respuesta a tan escabrosa existencia
–Deben estar comiendo tan tranquilamente ahora-
Vi la hipocresía al rededor de mi inerte cuerpo. Vi personas llorar sin llorar, y a otras olvidar por olvidar. Vi el tiempo correr de manera impertérrita ante mí. Observé el futuro de todas las vidas que me habían rodeado. Algunas destruidas, y otras tan felices. Descubrí el amargo sabor que subía por mi lengua al saber que el mundo iba a olvidarme.
–Tantas cosas por hacer.
Mis piernas se agitaron asustadas, pero mis pies ya no tocaban suelo alguno. Mi vista se dirigió de manera inconsciente hacía debajo para vislumbrar la altura que me separaba del grotesco y fondo acantilado. Aquella sería mi pira, mi propia y merecida tumba.
-¿Quien cuidará a mis gatos?
También en milisegundos pensé poder volver atrás. Quizá todo eso había sido una pesadilla. Una broma nefasta y absurda -¿Como he podido picar? ¡Que bromistas! Ahora me vuelvo que tengo que llamar a mis amigos para contárselo-. Sin embargo, no voy a contar nada a nadie, porque no puedo volver. –¡Pero tengo que decirles tantas cosas!-. La vida nunca ha sido justa, a buenas horas lo aprendiste.
Toda la impotencia del mundo fue avariciosamente mía en cuestión de segundos. Los segundos que tardé en chocar contra aquel precoz y desagradecido suelo. Y unas milésimas antes... una última pregunta.
-¿Que has hecho...?