Capítulo 1: El hallazgo

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Todo desde el principio:

Capítulo 1: El hallazgo

Se dice que la palabra "Siboney" proviene del lenguaje Arahuaco de los indios Taínos y Siboneyes, lo que significa "gente de las piedras preciosas". 

También es el nombre de un pequeño pueblo en la provincia de Santiago de Cuba, conocido principalmente por su hermosa y pequeña playa, que tiene el azul más brillante y profundo que se haya visto. Fue allí donde nació Sandra, en el año 1970.

A pesar de la felicidad que sentía ella, al disfrutar del entorno privilegiado en el que vivía, su vida estaba rodeada de precariedad y pobreza. Aunque disfrutaba de la playa y de las verdes montañas, la familia de Sandra luchaba por llegar a fin de mes y, a veces, tenían que recurrir a soluciones creativas para poder comer. 

Aun así, la niña nunca dejó de tener una actitud positiva y disfrutar de las pequeñas cosas, como jugar a atrapar cangrejos en el río que desembocaba en la playa.

Una mañana, cuando la chica tenía nueve años, mientras jugaba en la orilla del río que desembocaba en la playa y corría detrás de un cangrejo que era más naranja de lo normal, vio una pequeña piedra muy bella, de forma almendrada y achatada en sus laterales donde se veían diminutos jeroglíficos o extrañas escrituras.

Se detuvo bruscamente, atraída por aquella piedra, y la recogió corriendo hacia sus padres, que estaban sentados en la arena disfrutando de las olas de la playa.

 Jorge, el padre de la pequeña Sandra, era un comunista apasionado que había luchado en la Revolución cubana junto a Fidel Castro. 

Aunque la familia, no compartía todas sus ideas políticas, lo amaban profundamente.

—¡Miren esto! —dijo Sandra emocionada—. ¿No es increíble?

El padre le dijo:

 —Esta piedra te ha encontrado a ti, no tú a ella. Es una joya. Debes cuidarla y guardarla bien.

La madre de Sandra, Manuela, pidió ver la piedra y se detuvo un instante para examinarla. Luego suspiró y dijo: 

—Sí, hija, esa piedra es muy especial. Es una piedra Siboney, y estas piedras tienen poderes mágicos y protegen a quien las posee. 

Deberías tener mucho cuidado con ella y tratarla con respeto. Tuve uno así de chica, siempre me dio mucha suerte, hasta que lo perdí. Quién sabe, a lo mejor, es tu amuleto de la suerte.

 Los ojos de Sandra brillaron al escuchar esto y se sintió muy afortunada de haber encontrado una piedra tan valiosa, aunque no estaba segura del todo. Desde ese día, se convirtió en su tesoro más preciado.

A veces, incluso, se sentaba en la playa y miraba la piedra durante horas, intentando descifrar los misteriosos jeroglíficos que había en su superficie.

La casa donde vivían, aunque tenía dos plantas, era pequeña. Abajo, lo más grande era el salón comedor. 

Al abrir la puerta, lo primero que se ve es una gran tortuga disecada en la pared frontal y el resto es una gran puerta de cristal y el fondo azul, impactante e intenso del mar caribeño, sobre rocas muy puntiagudas de esa zona de la costa.

Había una escalera que llevaba a la planta alta, donde estaban las habitaciones y una terraza con una escalera de caracol que llevaba a un solarium con dos tumbonas, una mesa de cristal y una gran bandera de Cuba en la pared.

 En la planta alta, había dos cuartos, uno donde dormían los padres y el cuarto pintado de verde agua, donde dormía Sandrita — que así le llamaban— y un baño.

Su padre la acompañó y como de costumbre le leyó algunas fábulas del libro de fábulas de Esopo.

 La tortuga y el escorpión estaban entre las que más le gustaban. Para despedirla con un beso en la noche, llegó la madre por detrás del padre con la piedra en la mano. La niña se la había dejado en la mesa del comedor. La madre le dio la piedra a Sandrita y le dijo:

—Ponla debajo de tu almohada y pide un deseo —. Y le dio el beso delicadamente en la frente.

Manuela, en su experiencia con su antiguo amuleto, había alucinado con el poder de aquella piedra, pero había preferido no contar nada sobre ella, pues la tomarían por loca. Jorge se levantó de la cama y Sandrita ya estaba dormida. La tapó bien con una fina sábana azul de algodón.

Las brisas del mar pueden en la madrugada, a través de la ventana tipo Miami, dar una sensación de frío, aunque haya unos 28 o 30 grados del calor Caribeño.

Pasaron varias horas y en medio de la madrugada, una gran luz segó a la niña. Detrás de ella, comenzaron a bajar desde el aire, como si no hubiera pared, ni mucho menos techo, unos personajes pequeños con caras de indios adultos, con pelos negros, lacios, largos y cintas de colores por todo el cuerpo. También venían niñas volando en la comitiva. Traían cestas de mimbre doradas con frutas. Todo olía a frutas y perfumes marinos, salados y dulces a la vez. La luz era cada vez más colorida y extraña.

Por último, llegó una anciana a la que le abrían el camino. Su cara era de paz. Traía la sabiduría en su cara escrita, en sus gestos y en sus ademanes suaves y cadenciosos. Estiró su mano derecha y la almohada comenzó a iluminarse también. La piedra comenzó a salir, por un lado, pese al peso de la cabeza de la niña. Estaba levitando suavemente hacia la atracción de la mano de la anciana.

Al llegar a su mano, la llevó hacia sus labios y la besó. Luego habló en una lengua desconocida y descendió hasta llegar a la cama.

Se inclinó y tomó la mano derecha de la niña, puso delicadamente la piedra de colores radiante en su pequeña mano y la cerró con ella dentro.

Sandrita despertó súbitamente con un grito, pero no había nada allí. ¿Lo había soñado? Pero entonces, ¿por qué la piedra estaba caliente y por qué había ese olor a frutas?

Como resultado de lo que había visto como algo real, la madre subió corriendo las escaleras hacia el cuarto de la niña y le preguntó qué había sucedido y quién había estado allí. Las dobles ventana estaban abiertas como siempre, y sobre el marco había dos tiras de colores azul y amarillo respectivamente.

Sandrita le contó lo que había soñado y la madre, con una sonrisa, le dijo:

—No temas, cuando yo tenía tu edad, me sucedió algo parecido. No te lo había comentado cuando encontraste la piedra, pues no quería inquietarte con aquella historia —.

Aunque era algo bonito de vivir, esa especie de ceremonia ancestral de los espíritus de las tribus siboneyes, que muchos años atrás vivieron en la zona y que de alguna manera bendecían a quienes encontraran una de las "sibo" o piedras preciosas, y que ella con esa ceremonia se convertía en Ney, que significaría "gente", ya era una Ney (gente) con Sibo (piedra preciosa), una siboney.

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