Ashkata Tzin, la última bruja de un reino olvidado

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"(...)Soplaban vientos de una nueva guerra. Ella los podía sentir. Las primeras señales de un cambio que sembraría de desastres el mundo entero de Faheris. Durante largos años lo había estado esperando, fascinada por lo que le decían las estrellas, por las memorias que fluctuaban en el firmamento, entre la magia de las oscilaciones de las cuatro lunas faherinas. Había aprendido que lo que hubo sucedido una vez, aunque portentoso y singular, podría volver a suceder otras veces.

Su gente lo llamó el Primer Impacto, aunque no todas las civilizaciones le dieron el mismo nombre. Después de eso nada volvió a ser igual. La magia y las energías del planeta se volvieron incontrolables. Su estirpe fue la que más sufrió ante esas oleadas de energía. Una estirpe odiada y sometida ya a las supersticiones primitivas y a los prejuicios de los pueblos humanos de Faheris.

Los siglos posteriores fueron crueles para ella y su gente. Lo que antes hubo sido un reino poderoso, rico y lleno de esplendor, se apagó como una flor marchita y sus tierras fueron asoladas por la infertilidad y la sequía. El reino de Maruati se estancó, la pobreza y el hambre mataron a sus gentes, y el resto de los reinos del continente de Maloresia cesaron sus actividades comerciales con ellos. Dejaron su isla a la deriva, a merced de una reciente amenaza que crecía imparable: la piratería, una nueva orden inmoral, sin principios ni valores, movida por los más negros impulsos del alma humana.

Ashkata Tzin vio sucumbir su ciudad natal de Xibalbá ante las hordas imparables de piratas. En la huida perdió a su familia entre el caos, la barahúnda de gritos y el lacerante ruido de las espadas que chocaban contra otras espadas; algunas cortando vidas, perforando carne. Una ciudad antes llena de luz y de poder, se hinchó de fuego, de sangre y de una ceniza que abonó las plazas y los jardines, las grandes avenidas y las estrechas callejuelas, los vastos campos y los prósperos cultivos…

La invasión fue imparable, y toda la costa sur de la isla cayó en cuestión de semanas. Las gentes se reorganizaron en Balam, uniendo sus fuerzas en esa ciudad milenaria, fortificando lo que antes había sido el primer paraíso del mundo en un baluarte en el que los fuegos de antorcha relamían la desesperación en los rostros, la angustia de una estirpe que veía próximo su fin.

La piratería lo arrasó todo. No sólo violó y mató, también saqueó y destrozó edificios y monumentos, destruyó piezas de arte que narraban la historia desde sus inicios y vapuleó todo un legado perdido en esos tiempos de locura.

Ashkata Tzin era una niña. Y ahora, después de ocho milenios de recuerdos fundidos en el subconsciente, como una niebla vaporosa que a veces deja entrever fragmentos inconclusos de su vida, intenta encontrar reminiscencias del pasado en un esfuerzo fútil, pues una persona que ha vivido cien vidas, subyugada al peso del tiempo, jamás podrá conservar ninguna de ellas.

 Pero fuera de la niebla insondable del tiempo, hay algo que sí ha permanecido intacto e incluso más fuerte. Un sentimiento poderoso que se va acumulando año tras año y que nunca mengua. Aunque no recuerde, nunca mengua. Y ante él, ante tanto odio acumulado, la mayoría de las personas sucumbiría. Pero ella, Ashkata Tzin, la última hechicera del reino de Maruati, ha sabido controlar su odio para canalizarlo cautelosamente y alimentar unos planes tejidos durante años en las sombras, mientras los demás reinos del continente de Ardania se disputaban las banalidades de las riquezas y se distraían en sus aposentos llenos de lujos.

Y ahora ha llegado el momento. Las banderas que ondeaban antaño pavorosas e intimidantes, arriba del todo de las astas de unos navíos que desafiaban a las ciudades, volverán a ondear con poderío. Mostrarán que todo lo que ha sucedido una vez puede volver a suceder, así como que un reino odiado y vapuleado puede volver a renacer con el odio multiplicado por ocho mil años y unas ansias de venganza que no serán saciadas hasta que toda Ardania caiga bajo su control.(..)"

 

Fragmento de Azel Highwind

Ilustración de Ricardo Muñoz

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