Nueve y ocho.
Noventa y ocho.
Nueve personas a base de ocho. Una más importante que otra.
Números esparcidos.
Como mis ojos al vernos.
Somos de lo que creamos.
De lo bueno y de malo.
De lo malo y de lo bueno.
Somos fuertes.
Como acero.
Numeros que ahora ni los conozco. No te reconozco, mi 98.
Noventa y ocho.
Noventa y ocho días, tardes y noches; de domingos de ramos y flores, de café y manta y a tu lado.
Noventa y ocho risas que se han quedado, eso, en risas. Pero sin color. Vacías. En blanco y negro. Como las películas de la antigüedad.
Ay mi noventa y ocho. ¿Por qué cambiaste tanto? ¿Por qué ya no te reconozco?
Noventa y ocho veces te pregunté y tu ni me contestaste.
Pero ahora noventa y siete números me quieren, y por una que no me quiera, qué más me da si feliz me hacen.
Noventa y siete risas que valen la pena,
como la vida misma.